El primer producto nació casi como una señal.
Un frasquito de vidrio con versículos bíblicos, organizado por emociones, que buscaba acompañar a las personas cuando más lo necesitaban.
Ese frasco —creado con las manos y el corazón— se convirtió en algo mucho más grande de lo que imaginaron.
Pronto, cientos de personas comenzaron a compartir cómo esas palabras llegaban en el momento justo, cómo cada versículo se sentía como una respuesta personal.
Fue ahí cuando comprendieron que no vendían un producto, sino una experiencia: la experiencia de conectar con lo divino, con el presente y con uno mismo.